
Nicaragua (II)
Nos habíamos quedado en el artículo anterior en la difícil encrucijada que atraviesa Nicaragua, víctima de un conflicto de baja intensidad iniciado el año pasado, y todavía irresuelto.
Hablábamos de los intentos de solución negociada del conflicto, entre Gobierno y Oposición, esta última poco coordinada, con dos grupos principales: la Alianza Cívica y la Unidad Nacional Azul y Blanco. Deberían ejercer como mediadores dos representantes, el del Vaticano –en representación de una Iglesia Católica que se ha comprometido con las clases populares en defensa de las libertades más elementales como el derecho a no ser torturados ni encarcelados sin motivo- representado por el Nuncio de Su Santidad Mons. Sommertag y el Representante de la Organización de Estados Americanos (OEA), el uruguayo Luis Ángel Rosadilla.
Cada vez la situación es más complicada para este Gobierno. Si durante el 2018, el PIB nacional cayó un 3,4%, las previsiones son que este año la caída rozará el 5%. Para intentar controlar la economía el Presidente Ortega ha resuelto establecer el cambio dólar-córdoba, fijando un cambio artificial, lo que ha reducido aún más la capacidad adquisitiva de las clases populares.
Si ya la represión había causado un éxodo importante de la población hacia Costa Rica, la crisis económica está incrementando esa migración. En Costa Rica se estima que este año 2019 se alcanzará la cifra de 100.000 nicaragüenses solicitantes de protección internacional.
La OEA ya se ha posicionado en contra de la actual situación, asegurando que el Gobierno, a través de la violación continua de los Derechos Humanos, contraviene la propia Constitución de 1978 y hace inviable el funcionamiento democrático del país. Algunos medios aseguran que Nicaragua está a punto de la expulsión de dicha Organización internacional.
Cuando se pretende la vuelta al diálogo, éste se apoya en dos premisas: la liberación de 700 presos y que se permitiera el regreso de los exiliados. La primera parte, aún cuando se pretendía una supervisión por parte del Comité Internacional de la Cruz Roja (ICRC por sus siglas en inglés) –supervisión que no parece haberse realizado- podría haberse concluido con la liberación de unos 500 presos, seguida por una limitada amnistía. Gobierno y Oposición no se ponen de acuerdo en las cifras finales de represaliados, lo que ha motivado que ICRC no pudiera supervisar el proceso.
La segunda premisa era la posibilidad de que los exiliados pudieran volver, lo que se ha permitido a partir de la publicación de la Ley de Amnistía que el Gobierno, sin embargo, no ha negociado con los grupos opositores.
No obstante, la Oposición ha manifestado su interés en la vuelta a la mesa de negociación, cosa que no se ha producido.
Ortega, al igual que su admirado Nicolás Maduro, parece haber decidido enrocarse y esperar a que escampe, a pesar de que la salida de la crisis pasa necesariamente por la ayuda internacional, entre la que se encuentran las partidas económicas correspondientes y que actualmente se hallan congeladas. Y es evidente, porque empiezan a aparecer narcocuentas corrientes que se vinculan al actual presidente a través de testaferros. Y se le acusa además de que el incendio de Indio Maíz fue provocado por el mismo gobierno para disponer de zonas para el narcotráfico. Al igual que en la época de Somoza, a quién Ortega cada vez se parece más, Nicaragua es un excelente lugar de tránsito para los narcóticos, de momento fuera del alcance de la DEA. La dimisión de Ortega podría ser la ruina de su modus vivendi.
La oposición, revestida de protesta ciudadana, se mantiene en la acción no-violenta en evitación de una guerra civil que la actitud del gobierno parece querer provocar para así poder emplear la máxima fuerza necesaria. La estrategia, dirigida por “Chayo” Murillo, consiste en la provocación permanente y se afianza a través de la represión, mientras lanza mensajes conciliadores de armonía y paz acordes con su reconocida profesión de bruja.
Indudablemente, la mejor salida a la crisis sería que la pareja Ortega-Murillo se fuera del país imitando a otro de los componentes del Foro de Sao Paulo, Evo Morales. Podrían ser igualmente acogidos por Andrés Manuel López Obrador y siendo cuatro, podrían jugar pacíficamente a los naipes subiendo las apuestas de quién es el siguiente en acusar de alguna nueva estupidez a los Conquistadores españoles del Siglo XVI.
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