Retrato de Sociedad / Foto F.R. Apenas sigo la investidura, prefiero leer a Mills
Sí. La elite del poder sonríe y disfruta con el bla, bla, bla, que sale del sacrosanto Congreso de los Diputados del Reino de España. Desde paraísos con caimanes o despachos con champán de precios desorbitados y a temperatura adecuada, observan lo que muchos seguidores de la cosa en directo llaman “debate”. Sí, “debate”, como si fuera aquel entre Kennedy y Nixon o uno imaginable entre la joven Hanna Arendt y el veterano Beltrand Russel. Debates ha habido muchos en la historia, pero nosotros tenemos los nuestros de andar por casa en un mundo disparado hacia lo impredecible.
Deberían leer La elite del poder, de C. Wright Mills, aunque tuvieran que robar unas horas a ver debates televisados. Mills, estadounidense él, habla mucho de la sociedad que le rodea (incluido el ejército) y hace una crítica muy interesante que no voy a desvelar para no contar el final de la película.
Lo que sí voy a hacer es tocar un capítulo de su libro titulado La inmoralidad mayor. Muy de actualidad por estos espacios peninsulares. Dice Mills que la inmoralidad mayor “no puede reducirse a la esfera política ni achacarse tan solo a la existencia de hombres corrompidos en instituciones totalmente sanas”. La corrupción política -dice el sociólogo norteamericano- es uno de los aspectos de la “inmoralidad más general” y su aceptación constituye “la característica esencial de la sociedad de masas”.
En esta línea, avisa de que la pregunta más importante “por ejemplo, respecto a los fondos que sufragan las campañas de los jóvenes políticos ambiciosos, que han llegado tan lejos y tan pronto, no es la de si los políticos son moralmente insensibles” (…) “si no la de si lo hubieran logrado sin poseer o adquirir una sensibilidad moral un tanto embotada”.
Mills lo deja muy claro: “muchos de los problemas de la relajación en la moral pública (…) son problemas de inmoralidad estructural”.
Elecciones permanentes ¡ya! El futuro desconocido puede esperar.
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